México se corona campeón de la Copa Oro
México consiguió su novena Copa Oro, gracias a un gol en la recta final de ‘Chaquito’ Giménez, el delantero talismán de Jaime Lozano
LOS ÁNGELES — Santiago significa “Dios recompensará”. Y lo hizo.
Al minuto 87. Se conjugaron y se conjuraron lo divino y lo pagano. El Maguito de Coyoacán, Orbelín Pineda, entrega, como un hechizo, el balón anhelado, el balón fatalista, el balón del destino. Santiago Giménez recibe, hace un recorte corto, hacia adentro, se libera de la marca y enfila, peladeando, imaginando, decidiendo dónde y cómo pateará ese balón sobre la salida de Mosquera. Lo escolta el bufido, el susurro que va creciendo hasta el alarido en las gargantas de los 72,963 espectadores. Y Giménez decide bien. Pulcramente. 1-0, cuando el partido codiciaba penales. México campeón de la Copa Oro.
Un partido trabado, intenso, sin concesiones. De esos en que no hay vencido aunque haya vencedor, porque la grandeza del derrotado, enaltece la humilde batalla del vencedor.
Jaime Lozano llegó a levantar un equipo hecho pedazos. Lo consiguió. Lo ungió de todos los valores del que está a dispuesto a todo, hasta lo impensable. El #LamborJimmy llegó a la meta.
Esa atmósfera de Final. De tensión. De ansiedad. De nervio. Hace erupción silenciosa y espesa desde la tribuna. De una afición que le cubre la epidermis indiferente a la tribuna, y la llena a veces de susurros, a veces de bufidos, y a veces de alaridos y mentadas de madre.
Y se refleja en la cancha. Bajo dominio alterno. Una propensión consciente a buscar los descuidos del adversario, pero también una preocupación inconsciente para los permitir los descuidos propios.
Ambos intentan. Panamá amenaza primero, con ese ejercicio de velocidad y técnica que ha adquirido en la habilidad del acompañamiento y las sociedades. Así cosecha la primera amarilla para México, que condiciona a Johan Vásquez.
Pero México elabora, consigue acordonar y amenazar por los extremos. El arco mexicano y Guillermo Ochoa apenas se estremecen con balones perniciosos, pero sin el remate preciso.
El Tri estremece el marcador al minuto 32. Luis Romo, el genuino orquestador del Tri, encuentra un servicio al frente, en diagonal, al cierre de Henry Martín. El gol libera las tensiones de una tribuna contenida, pero sólo es, una explosión sin recompensa. Un fuera de lugar que orquestan entre el árbitro Said Martínez y el VAR, apuntala la anulación del tanto. El 1-0 vivió menor que el Club de Tobyrarragorri al frente de las selecciones.
Entre los escarceos panameños, fecundados con jugadas veloces, creativas, lujosas, arremolinan al filtro defensivo mexicano, y apenas un par de disparos se acurrucan contra el pecho de Guillermo Ochoa.
El gol anulado no reprime ni inhibe al equipo mexicano. Le queda pulmón y orden para más, pero la defensa panameña seguiría en una noche estoica y afortunada.
Al minuto 42 aparece de nuevo Romo, con centros impregnados de veneno. Esta vez el remate es de Orbelín y salta Orlando Mosquera para atajar. El contrarremate es de Henry Martín, entre Mosquera y Fidel Escobar abortan su ansia de gol. ¿Falta sobre Henry? Ni el juez ni el VAR lo consignan.
Con ese sabor amargo se va México al descanso, con la sensación de que pudo sacar del anodino 0-0 el marcador.
Thomas Christiansen apuesta por un doble movimiento para prolongar el desgaste en el fondo de México y tratar de aprovechar que cuatro de sus hombres ya cargaban tarjeta amarilla: Montes, Álvarez, Vásquez y Jesús Gallardo. Releva a Alberto Quintero y Eric Davis, por Cecilio Watterman y Eduardo Anderson.
Momentos ya en que Panamá olisquea la desesperación mexicana y ejerce desde más atrás sus salidas, tratando de crear una alguna frente a la zaga mexicana, pero la respuesta de Jaime Lozano es drástica: envía a Erick Sánchez por Luis Chávez y a Roberto Alvarado por Uriel Antuna.
México equilibra un partido que cada vez más refleja el cansancio del agobio combinado de la tensión, el esfuerzo y la ansiedad. La carta marcada, la apuesta final la hace Jaime Lozano al minuto 84. Santiago Giménez entra a la cancha. Él y el servicio de Orbelín Pineda terminarían por marcar la diferencia.
En un gesto de nobleza, de bonhomía, Santiago Giménez busca desesperadamente al hombre con quien quiere festejar, a quien quiere entregarle la gloria histórica del gol: a Henry Martín.
La Copa Oro regresa a casa, como lo había prometido Guillermo Ochoa a nombre del equipo.